Estefanía Rodríguez Vidal. Fuenlabrada.- La vida de un universitario suele basarse en las fiestas, las clases y la falta de dinero. Los hay que no trabajan y que sobreviven con la paga de sus padres; otros, se conforman con trabajos esporádicos no muy bien remunerados; y algunos compaginan a duras penas el trabajo con el estudio.


Ana Pantoja, estudia periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos. Vive con sus padres, no trabaja y subsiste con los 100 euros que le dan de paga al mes. Un día llegó a sus oídos una forma de ganar 1.000 euros en poco más de un mes: la donación de óvulos.


Se enteró por una amiga y buscó información en internet. Por fin, encontró una clínica, el Instituto Madrileño de Fertilidad, llamó y la citaron un miércoles a las 12.


Llegó el día. La clínica gozaba de un gusto decorativo que hacía que el sitio donde muchas mujeres depositaban su esperanza de ser madres fuese más acogedor.


Una doctora llamada Rocío la hizo entrar en una sala, donde le explicó en qué consistía la donación de óvulos; le harían unas pruebas ginecológicas y análisis de sangre, y una vez confirmado que su estado de salud fuese bueno empezarían el tratamiento. El segundo día de menstruación comenzaría a suministrarse inyecciones subcutáneas de hormonas ultra puras para estimular los ovarios durante 12 días. Si la respuesta fuese positiva el día 21 se extraerían los óvulos a través de la vagina mediante una punción bajo sedación en el consultorio, que duraría aproximadamente 20 minutos. Una hora después se le daría el alta a la paciente, y pasada una semana iría a la clínica para recoger la compensación económica de 1.000 euros.
En todo momento, Rocío insiste en que la compensación es por las molestias y no por la compra de los óvulos, que está prohibido. Una vez terminada la charla, Rocío le da una tarjeta, y le dice que cuando esté segura le llame para proceder con las pruebas pertinentes. Destaca que el perfil habitual de donantes es de universitarias como Ana.


Durante las siguientes dos semanas, “me lo pensé mucho, me motivaba la idea del dinero y el poder darle el derecho a una mujer de vivir la maternidad en sus propias carnes, pero lo de las inyecciones y la intervención me echaba para atrás. Lo consulte con mis amigos y mi familia, y a todos les preocupaba el hecho de repartir mis genes, algo que yo todavía no había reflexionado”.
Por fin se decidió y llamo a la clínica. La citaron una mañana y le hicieron un análisis sanguíneo, una citología y una ecografía vaginal. La llamarían cuando tuviesen los resultados.


El teléfono despertó a Ana una mañana; eran del Instituto de Fertilidad, los resultados eran óptimos. El segundo día del periodo debería acudir al consultorio para recibir el tratamiento. “Cuando me bajó la regla fui a la clínica, y me enseñaron como me debía pinchar, en la tripa todos los días, y cada dos días tenía que ir allí para que revisaran que todo iba bien. A veces era incapaz de pincharme, por lo que mi madre (reacia con la idea) me las tenía que inyectar. Algunos días tenía dolores similares a los de la menstruación, pero eran soportables”.


Pasados 12 días acabó el tratamiento, y ocho días después tenía cita para la extracción de los ovocitos. “Tenía miedo, al fin y al cabo es una operación. Me acompañó una amiga. Me cambié de ropa, me tumbaron en la camilla y me pusieron las vías. Cuando me quise dar cuenta me despertaba de la sedación y todo había acabado. Me trajeron el desayuno a la cama, y una hora después me dijeron que me podía ir a casa. Me recetaron Nolotil, ya que me advirtieron de que podrían dolerme los ovarios, y así sucedió únicamente el tercer día”.


A la semana siguiente Ana volvía al Instituto, deseosa de que todo hubiese salido bien. Rocío la recibía con una gran sonrisa. Le hicieron una revisión y posteriormente le informaron de que todo había salido correctamente. Le dio las gracias, el sobre con el dinero y le recordó que en nueve meses alguna mujer, aunque no conociese nunca su identidad, cada vez que mirase a su hijo recordaría que gracias a una generosa joven su sueño de ser madre se había hecho realidad.

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