Seis años de un sueño prestado

La escritora Dulce Chacón murió el 3 de diciembre de 2003. Su hermana gemela Inmaculada entró en el mundo de la literatura y escribió su primera novela para cumplir la promesa que le hizo poco antes de su muerte


Ángel Villacañas Sanz. Fuenlabrada.- La voz y la presencia de José Saramago enardecía a los madrileños aquella noche fría del 15 de marzo de 2003. “No a la guerra” era el grito inequívoco de los manifestantes. En el escenario instalado en la Puerta del Sol, junto al novelista portugués, asomaba la figura rotunda de Dulce Chacón. Ambos, cogidos de la mano, se titularon a sí mismos como “la mosca cojonera del poder” y pidieron, en nombre de todos, “parar la guerra”.


Nueve meses después José Saramago escribía: “Dulce Chacón ha muerto, y uno se pregunta por qué”. La escritora extremeña había fallecido el 3 de diciembre de 2003 a consecuencia de un cáncer, diagnosticado apenas un mes antes. Dulce dejó títulos como Querrán ponerle nombre, Contra el desprestigio de la altura, Algún amor que no mate, Segunda mano, Matadora, biografía de la torera Cristina Sánchez y La voz dormida, según la crítica su máximo éxito. En ese momento, casi de incógnito y por la necesidad de cumplir una promesa, comenzó a escribir su hermana gemela.

Inmaculada Chacón (Zafra, Badajoz, 1954) siempre quiso dedicarse a la enseñanza. Doctorada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, en aquél tiempo tenía su vida perfectamente encauzada. Dirigía el Doctorado de Comunicación, Auge Tecnológico y Renovación Sociocultural de la Universidad Europea, donde desempeñaba el cargo de decana de la Facultad de Comunicación y Humanidades.

Dulce Chacón había muerto en la plenitud de su carrera, inesperadamente, dejando en su hermana gemela un hueco, un agujero negro por el que se deslizó también sin remisión. El cumplimiento de una promesa que le hizo a Dulce cambiaría su vida. Inmaculada cumpliría el sueño de su hermana de escribir una novela sobre una princesa azteca y un conquistador español.

Todo se desarrolló de forma vertiginosa. A Dulce Chacón se le descubrió un cáncer de hígado y el 27 de noviembre de 2003 ingresaba en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid. Apenas seis días después el diagnóstico precisó que el tumor estaba localizado en el páncreas, que era irreversible y que el desenlace sería fulminante. Todos, incluida Dulce, supieron desde el primer momento que se moría.

Inmaculada Chacón tomó el “sueño prestado” de su hermana, abandonó la universidad y escribió. Un año y medio después publicaba La princesa india, novela que mezcla la narrativa, la aventura y la historia de la conquista de América. Cumplió su promesa y comprendió que ya nunca dejaría de escribir. Esa novela supuso, en palabras de su autora, su “tabla de salvación”. Luego vinieron poemarios como Alas y Urdimbres y otra novela, Las Filipinianas.

La literatura le hizo superar el dolor de la ausencia de su hermana, le hizo “rodear el hueco”. Era necesario seguir viviendo. Tenía con ella a sus dos hijas y a su madre y era necesario salir adelante. Volvió a la enseñanza y a la universidad. Hoy imparte clases en la Universidad Rey Juan Carlos, en los campus de Vicálvaro y de Fuenlabrada. La literatura fundió para siempre su destino con el de su hermana Dulce pero, en cierta forma, también delimitó una frontera que marcaría las diferencias de estilo entre las dos hermanas. En palabras de Inmaculada “Dulce era más dura que yo”. Y añade “Ella vivía en las nubes pero, cuando escribía, tocaba tierra”. La hija de Dulce, su sobrina, dice que Inmaculada está más en la tierra pero que se va al cielo cuando escribe.

Inmaculada Chacón imparte sus clases de Documentación Informativa. Los que conocieron a Dulce dicen que es idéntica a su hermana. Ella prefiere decir que eran “complementarias, gemelas ejercientes”. Y no solo en la literatura, también en el compromiso y en la lucha contra las injusticias sociales, contra el olvido de la memoria histórica, en la defensa de los derechos de la mujer y en la superación de los conflictos creados por la desigualdad.

Aquella noche fría del 15 de marzo de 2003 la voz de Dulce Chacón tronó en la Puerta de Sol de Madrid: “A partir de hoy ya no se tratará simplemente de decir ‘No a la guerra’, se tratará de luchar todos los días y en todas las instancias para que la paz sea una realidad, para que la paz deje de ser manipulada como un elemento de chantaje emocional y sentimental con que se pretenden justificar las guerras”. Dulce Chacón creía en la paz, abominó de la guerra y de quienes, a su juicio, fueron artífices de la muerte de inocentes y de la destrucción de los pueblos. “Seguiremos leyendo sus libros y no olvidaremos su sonrisa”, dijo de ella José Saramago meses después.

A Inmaculada Chacón se la ve caminar, solitaria, en el campus de Fuenlabrada de la Universidad Rey Juan Carlos. Se dirige, con paso firme, hacia su coche después de terminar la clase de Documentación del turno de tarde de Periodismo. Lleva un poco de prisa, tiene que corregir los exámenes de la primera evaluación y hacer la cena. Quizás esta noche comience a escribir el último poema. Desde hace seis años lo necesita para sentirse viva.

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