Tamara María Pérez Gómez. Fuenlabrada.- En la recepción del edificio de Gestión de la Universidad Rey Juan Carlos apenas una decena de estudiantes esperaba a que se abrieran las puertas del salón de actos para poder disfrutar de la obra “Happy Days”, del dramaturgo irlandés Samuel Beckett, interpretada el pasado 3 de noviembre por la compañía Caín Teatro de la Universidad Politécnica.

Antes de dar comienzo la actuación, y mientras los espectadores ocupaban sus respectivos asientos, en el escenario se vislumbra a una actriz. El personaje se encuentra estático, a modo de estatua, en medio de una montaña de papel de periódico. Está enterrado hasta la cintura permitiéndole movilidad únicamente en la parte superior del cuerpo.

El salón de actos con un aforo de 25 personas, los murmullos, la oscuridad previa a cualquier representación y la tranquilidad de los espectadores que van a disfrutar de una obra de teatro, fue rota por un sonido atronador que provocó sobresaltos entre el público. Mientras, la actriz bajo una luz cegadora y que aún sigue inmóvil en el montículo, indica el inicio de la representación.

La actriz ataviada con una camisa roja, un collar de perlas, un sombrero rojo y unas voluminosas hombreras, de fabricación propia a partir de papel de regalo también rojo, comienza a recitar su papel. Que más bien se acerca al monólogo, puesto que no sale nadie más a escena, a excepción del marido del personaje, quien apenas dice alguna frase y emite algún gruñido, todo esto sin dar la cara al público.

La representación es minimalista en cuanto a lo que se refiere al escenario y bastante nihilista, y paradójicamente a pesar de lo que rece el título, pesimista.
La actriz, pese a vivir semienterrada, encuentra motivos como el de tener un bolso repleto de artilugios variados, como una pistola, un pintalabios, un cepillo de dientes o una antigua sombrilla. Se basa en la repetición de los mismos actos día tras día, en esperar a que caiga la noche para que llegue un nuevo día y volver a buscar motivos para definir ese día como “día feliz”.

Se representa el deterioro físico y mental del personaje. Para ello sale a escena, e igualmente enterrada, otra actriz con idéntico vestuario pero caracterizada con algunos años más. Igualmente comienza otro monólogo con pequeñas interrupciones del único actor de la obra sin dar aún la cara hacia el público.

Se produce un único cambio de escena. El personaje, interpretado por otra actriz, aparece enterrado hasta el cuello debido al paso del tiempo. Pero, gracias a la falta de cortinas del salón de actos, el hecho de que corten la obra para que entierren con más cantidad de periódico al personaje hace que la historia pierda encanto. Se le resta la magia y el clímax creado para dejar al espectador a la espera de que los ayudantes sean un poco rápidos para poder continuar con el hilo argumental de la obra y así no deslucirla demasiado.

Al finalizar la obra, los cuatro actores recibieron la ovación del público, que desalojó rápidamente la sala cuando se le preguntó si alguien era tan amable de ayudar a desmontar el montículo de papel de periódico.

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