Raquel Valdeolivas López. Fuenlabrada.- La mañana del 26 de noviembre había amanecido lluviosa, no eran aguas de esas torrenciales, sino de aquellas que calan a los transeúntes casi sin enterarse, quizá por eso media hora antes de dar comienzo “Mononeuronales” de la mano del grupo de teatro de la Universidad Complutense, en el hall del edificio de gestión ya había algunas personas esperando.

Al entrar en el Salón de actos, la afluencia de público no era más de la habitual vista en el resto de obras: los componentes de “Arrojo Scénico”, el grupo de teatro de la Universidad Rey Juan Carlos de Fuenlabrada y anfitriones de la VIII muestra teatral y un pequeño grupo de alumnos que posteriormente tomaban notas. En determinadas butacas había carteles que rezaban “No sentarse aquí por razones de seguridad” y efectivamente los asistentes hicieron caso.

La representación comenzó con risas generalizadas en el patio de butacas provocadas por la sensación de caos e improvisación con la que jugaban los actores a la hora de interpretar. De repente tiraban migas de pan al público o realizaban un montaje musical con dramatizaciones exageradas propias de la tragedia griega para representar una comedia actual.

La obra se dividió en diferentes actos que no siguieron ningún orden lógico de narración que en muchas ocasiones trataban un tema inacabado sobre el que nunca más volvían, lo cual desconcertaba a los asistentes.
En un determinado momento entró en juego el teatro dentro del teatro, representando una obra dentro de la misma.

El salón de actos se llenó de música disco y luces de colores para la representación de un grupo de los ochenta que cantaba y bailaba al ritmo de las risas y los aplausos del patio de butacas que consiguieron hacer sentir que el auditorio estaba lleno.

En el último acto, algunos actores se repartieron entre el público, y se sentaron en las butacas que tenían los carteles que indicaban que no se ocupasen. Un monólogo comenzó en el escenario y los infiltrados intervinieron desde el sitio que habían ocupado, la representación teatral se trasladó entonces al espacio que hay entre el escenario y la grada donde se llevó a cabo una farsa plagada de surrealismo ante las carcajadas del público sorprendido por el continuo factor sorpresa del hilo argumental.

La obra finalizó con una reflexión moral de manos de uno de los intérpretes haciendo partícipe a los asistentes mirándolos directamente a los ojos y utilizando el estilo directo.

La gente abandonó la sala agradecida por el buen rato pasado pero intentando buscar el sentido de lo que acaban de ver.

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